Argentina, los veinte años que cambiaron la historia

POR JOA­QUÍN HIDAL­GO | 08 OCTU­BRE 2020

Que vein­te años no es nada

Que febril la mira­da, erran­te en las sombras

De “Vol­ver”, un tan­go de Car­los Gar­del y Alfre­do Le Pera

Para muchos aman­tes del vino Mal­bec Men­do­za es sinó­ni­mo de con­for­ta­bi­li­dad. Una opción a la que se pue­de acce­der sin temor a equi­vo­car­se ni correr ries­gos con lo que pue­da con­te­ner la bote­lla. Para esa enor­me can­ti­dad de con­su­mi­do­res des­de New Haven a Hous­ton, des­de Phoe­nix a Mil­wau­kee que bebie­ron 82 millo­nes de bote­llas argen­ti­nas en 2019, el Mal­bec es esa copa en la que descansar.

Para todos ellos ten­go bue­nas y malas noticias.

Bue­nas, por­que es ver­dad que Argen­ti­na y en par­ti­cu­lar Men­do­za siguen ofre­cien­do tin­tos así. Malas, por­que des­de que se con­so­li­dó la cate­go­ría Mal­bec Men­do­za en Esta­dos Uni­dos la déca­da pasa­da, los vinos de este rin­cón aus­tral die­ron un vuel­co esti­lís­ti­co y crea­ti­vo pro­pio de un país algo agi­ta­do como es Argentina.

Pero no maten al men­sa­je­ro. Para quie­nes estén bus­can­do emo­cio­nes nue­vas y sen­sa­cio­nes que des­ve­len el pala­dar, este país al otro extre­mo de Amé­ri­ca hoy ofre­ce algu­nas bote­llas de vér­ti­go en un puña­do de ten­den­cias atrac­ti­vas y otras tan­tas copas ancla­das en el rit­mo de las tradiciones.

En todo caso, val­ga una acla­ra­ción: des­pués de pro­bar mil vinos para este repor­te y otros tan­tos duran­te este año, des­pués de remar en la gón­do­la de los hallaz­gos por las últi­mas dos déca­das, pue­do afir­mar que Argen­ti­na pro­po­ne cual­quier cosa menos el sosie­go tedio­so del confort.

Entre la Región Nor­te, en la Que­bra­da de Humahua­ca, y el pun­to más aus­tral de la Argen­ti­na en Pata­go­nia, Chu­but, median 2500 kiló­me­tros. Cuyo aglo­me­ra el 95% de la super­fi­cie cultivada.

20 movi­dos años

En Argen­ti­na tene­mos un dicho que expli­ca el tem­pe­ra­men­to osci­lan­te de este país: bas­ta que uno se vaya de via­je una sema­na para que al vol­ver todo haya cam­bia­do; pero si uno regre­sa al cabo de vein­te años, todo segui­rá igual. Razo­nes tenemos.

De 2000 a la fecha, pasa­mos por dos cri­sis de deu­da sobe­ra­na (la últi­ma nego­cia­ción aca­ba de ter­mi­nar), con diez pre­si­den­tes y alter­nan­cias de aper­tu­ra y estra­te­gias mer­ca­doin­ter­nis­tas. El momen­to actual de la Argen­ti­na es por lo menos incier­to: en medio de una cri­sis mun­dial sin pre­ce­den­te des­de la de 1870, a cau­sa del coro­na­vi­rus, atra­ve­sa­mos una cua­ren­te­na que ya va para sie­te meses con una fuer­te res­tric­ción exter­na de divi­sas y una infla­ción que el año pasa­do fue de 50 pun­tos y este se vati­ci­na de por lo menos 35. En un abrir y cerrar de ojos 2020 podría ser como 2001.

En ese con­tex­to el vino es la gran excep­ción, un ejer­ci­cio de con­ti­nui­dad. Entre las ten­sio­nes de cor­to y lar­go pla­zo, la indus­tria del vino ha sabi­do trans­for­mar­se y hoy está lejos de don­de se encon­tra­ba hace vein­te años. Tres datos dan bue­na cuen­ta de esto: incre­men­tó de 90 a 800 millo­nes de dóla­res sus expor­ta­cio­nes, achi­có su mer­ca­do domés­ti­co de 36 litros per cápi­ta a uno de 18 (aun­que repun­tan­do en cua­ren­te­na) y recon­vir­tió  bue­na par­te de sus viñe­dos hacia la altu­ra, en bus­ca de otros cli­mas que per­mi­tan ela­bo­rar dife­ren­tes esti­los. En estos vein­te últi­mos años el cam­bio para el vino argen­tino ha sido pro­fun­do. Y eso hoy se refle­ja en las copas.

Del millar de eti­que­tas que pro­bé para este repor­te, si pone­mos el ojo en los pun­ta­jes más altos, sal­vo uno de Río Negro en Pata­go­nia y dos de Luján de Cuyo, el res­to son todos tin­tos de viñe­dos de altu­ra en el Valle de Uco, don­de hoy bri­llan indi­ca­cio­nes geo­grá­fi­cas con nom­bres suge­ren­tes como Gual­ta­llary, San Pablo, Los Cacha­yes, Para­je Alta­mi­ra y Pam­pa El Cepi­llo. Algu­nos de esos luga­res empe­za­ban a plan­tar­se o no exis­tían hace tan solo 20 años. ¿Qué pasó para que hoy bri­llen con luz propia?

El Valle de Uco ofre­ce los viñe­dos más altos y fríos de Men­do­za, plan­ta­dos des­de la déca­da de 1990, en IG como San Pablo, Los Cha­ca­yes y Gual­ta­llary (aún no apro­ba­da). En la Pri­me­ra Zona se encuen­tra la mayo­ría de las viñas vie­jas en torno a la ciudad.

Cam­bio de naturaleza

Entre 2002 y 2018 (la serie más com­ple­ta y con­fia­ble), la super­fi­cie de viñe­dos en Argen­ti­na cre­ció un 5,6% has­ta alcan­zar las 218.000 hec­tá­reas. Ese movi­mien­to, sin embar­go, escon­de una reali­dad muy dis­tin­ta: algu­nas regio­nes se expan­die­ron muy por enci­ma del pro­me­dio y otras per­die­ron super­fi­cie y arran­ca­ron viñas. Dos ejem­plos extre­mos: Valle de Uco, con viñe­dos plan­ta­dos des­de los  1.000 metros, tre­pó de 14.200 hec­tá­reas a 28.244, casi el doble; mien­tras que las zonas por deba­jo de 800 metros –Oasis Sur, Este de Men­do­za– per­die­ron 22.000 hec­tá­reas, el 30%, en el mis­mo lapso.

En otras pala­bras, bue­na par­te de los viñe­dos migra­ron del llano calien­te a las estri­ba­cio­nes frías de la cor­di­lle­ra. Si la pos­tal antes tenía la mon­ta­ña leja­na, detrás de una ala­me­da, hoy los cerros con sus gla­cia­res echan som­bra sobre las hile­ras. Tan­to, que inclu­so ya se habla de vinos de montaña.

Esa con­di­ción se refle­ja en los vinos y en los pun­ta­jes de este repor­te. Más si se tie­ne en cuen­ta que la línea de los 1.000 metros es para Men­do­za la divi­so­ria entre zonas calien­tes a mode­ra­das y frescas.

Jus­to a esa altu­ra se encuen­tra Luján de Cuyo, en los subur­bios de la Men­do­za siem­pre ame­na­za­da por el cre­ci­mien­to de la ciu­dad que empu­ja los pre­cios de la tie­rra por metro cua­dra­do, aguan­ta y cre­ce. A la fecha, Agre­lo es otra can­te­ra flo­re­cien­te den­tro de Luján, mien­tras que los  rin­co­nes con viñas vie­jas como Las Com­puer­tas o Vis­tal­ba, como Lun­lun­ta y Drum­mond, resis­ten: los bro­tes de las viñas supe­ran las media­ne­ras de los barrios pri­va­dos a fuer­za de pre­cios cre­cien­tes para sus vinos.

Men­do­za repre­sen­ta sie­te de cada diez bote­llas pro­du­ci­das en Argen­ti­na. Es por eso  que la pro­vin­cia de las gran­des mon­ta­ñas y los amplios desier­tos cons­ti­tu­ye el esce­na­rio del res­to país, con sus mati­ces, claro.

El mis­mo esfuer­zo por desa­rro­llar terroir fres­cos se encuen­tra en Peder­nal, pro­vin­cia de San Juan (segun­da pro­duc­to­ra en volu­men, con 23% del total nacio­nal). La región bri­lla bajo sol de las altu­ras cor­di­lle­ra­nas con viñas plan­ta­das des­de la déca­da de 1990, mien­tras que el Valle Cal­cha­quí en Sal­ta (1,4% de la super­fi­cie) ofre­ce rin­co­nes tan deli­ran­tes y con­tras­tan­tes para sus vinos como las altu­ras de Lura­ca­tao o Cachi, luna­res fríos en el aire eté­reo de la cor­di­lle­ra. De todos ellos hay algu­nos vinos en el repor­te que te dejan con sed.

Es ese cam­bio de natu­ra­le­za, en la bús­que­da de otros cli­mas y sue­los vír­ge­nes, el sus­tra­to que expli­ca el sal­to cua­li­ta­ti­vo de los vinos argen­ti­nos del  que se da cuen­ta en este repor­te. Con un plus que suma pimien­ta dife­ren­cia­do­ra: en su mayo­ría estos nue­vos esti­los gana­ron momen­tum en el mer­ca­do domés­ti­co, antes de lle­gar a los mer­ca­dos de exportación.

En la región Nor­te de Argen­ti­na, el Valle Cal­cha­quí atra­vie­sa tres pro­vin­cias –Cata­mar­ca, Tucu­mán y Sal­ta– y reúne los prin­ci­pa­les viñe­dos en el área de Cafa­ya­te. Sin embar­go hay varios luna­res de viña a lo lar­go de este valle de altu­ra. Repre­sen­ta el 2% de la super­fi­cie del país.

Evo­lu­ción del paladar

Hoy esta­mos pro­du­cien­do los mejo­res vinos de nues­tra his­to­ria”, razo­na el enó­lo­go Ale­jan­dro Vigil, al fren­te del equi­po de Cate­na Zapa­ta, res­pon­sa­ble de algu­nas de las eti­que­tas más repu­tadas de Argen­ti­na. Con este repor­te sus­cri­bo sus pala­bras. En el tiem­po que lle­vo como cro­nis­ta de vinos, que coin­ci­de con los últi­mos vein­te años, fui tes­ti­go de al menos tres ejer­ci­cios de muta­ción estilística.

Al bor­de­lés Michel Rolland le gus­ta decir que cuan­do lle­gó a la Argen­ti­na (1988) “se bebía mucho vino pero de un esti­lo que no sedu­cía al mun­do”. Así, hubo un pri­mer momen­to que podría­mos lla­mar­le la inter­pre­ta­ción fran­ce­sa de los terroirs argen­ti­nos, cuan­do  la inten­si­dad solar del oes­te le per­mi­tió a los pro­duc­to­res alcan­zar lo impo­si­ble en los manua­les bor­de­le­ses: tin­tos madu­ros y con­cen­tra­dos, poten­tes y alcohó­li­cos que, cria­dos lar­go tiem­po en barri­ca, se vol­vían sobrios y poten­cia­dos. Diga­mos que ese momen­to mar­có la déca­da que va des­de 2000 a 2010 y desa­rro­lló al Mal­bec Men­do­za como ejer­ci­cio esti­lís­ti­co que com­bi­na­ba regio­nes para ganar complejidad.

Lue­go hay una suer­te de impas­se en el que los pro­duc­to­res de vino empe­za­ron a hacer­se otras pre­gun­tas sobre el esti­lo y la inter­pre­ta­ción de esos terru­ños. Es intere­san­te recor­dar que Argen­ti­na es un país con­su­mi­dor y que esos esti­los poten­tes gana­ban admi­ra­ción pero no bebe­do­res. Doy fe de ello.

En 2009 publi­qué una entu­sias­ta rese­ña sobre un enton­ces igno­to pro­duc­tor que me había atra­pa­do con unos tin­tos suel­tos y lle­nos de sabor, en los cua­les la crian­za era una anéc­do­ta y el vino refle­ja­ba una línea dife­ren­te a todo lo cono­ci­do. Una en la que como con­su­mi­dor podía sen­tir­me a gus­to. Se lla­ma­ba Manos Negras y el viti­cul­tor Ale­jan­dro Seja­no­vich. Para mí ese es un pun­to de quie­bre. De hecho, en este mis­mo repor­te revi­si­to algu­nas bote­llas que mar­ca­ron ese nor­te, como la pri­me­ra aña­da de El Enemi­go Mal­bec 2008, con una esplén­di­da evo­lu­ción (escri­bi­ré sobre esto en el futu­ro cercano).

El ter­cer momen­to es cuan­do esta últi­ma corrien­te se con­so­li­dó como un esce­na­rio de varios pro­duc­to­res, que se pusie­ron a bus­car cómo des­ple­gar el sabor de los tin­tos y no sólo sub­ra­yar el per­fil con­cen­tra­do que natu­ral­men­te con­se­guían. Se abría un puer­ta nue­va a la per­cep­ción de Argen­ti­na. “Cono­cer el lugar e inter­pre­tar­lo esti­lís­ti­ca­men­te empe­zó a ser mi bús­que­da”, dice Sebas­tián Zuc­car­di, quien en 2014 lan­zó Con­cre­to Mal­bec como una decla­ra­ción de nue­vos prin­ci­pios, cuya fecha pode­mos tomar como hito fun­da­cio­nal de este ter­cer momen­to. De hecho, el via­je de esta fami­lia de pro­duc­to­res des­de el Este hacia las altu­ra frías de Uco, don­de inau­gu­ra­ron una bode­ga en 2016, da bue­na cuen­ta de un pro­ce­so largo.

Como él, muchos pro­duc­to­res se vol­ca­ron a des­cu­brir los lími­tes con los que se pue­den hacer vinos en Argen­ti­na. Y el pano­ra­ma ganó la pro­fun­di­dad esti­lís­ti­ca que hoy ofrece.

Plan­ted 5 miles from the Atlan­tic Ocean, this Pinot Noir from Tra­pi­che Cos­ta y Pam­pa is cons­tantly tos­sed around on the cold ocean bree­ze. The bag under the sign con­tains char­coal to help ame­lio­ra­te the com­mon spring frosts.

Del Mal­bec Men­do­za a los muchos Malbecs

Des­de La Que­bra­da de Humahua­ca –tan al nor­te como el tró­pi­co de Capri­cor­nio– don­de se cul­ti­va Mal­bec a 3.400 metros sobre el nivel del mar, has­ta la este­pa pata­gó­ni­ca don­de madu­ran dos barri­cas de la pri­me­ra ven­di­mia en Capi­tán Sar­mien­to, en el para­le­lo 45°30’, a 280 metros, el Mal­bec reco­rre el espi­na­zo de la Cor­di­lle­ra de los Andes con dis­tin­tas expre­sio­nes. Una lar­ga línea 2.500 kiló­me­tros, equi­va­len­te a ir en Esta­dos Uni­dos del lími­te con Cana­dá al de México.

Entre los vinos cata­dos, sin embar­go, esos extre­mos tan dis­tan­tes mar­can pau­tas igual­men­te extre­mas. Lucas Niven es un peque­ño pro­duc­tor que explo­ra el terroir de Humahua­ca. “La pure­za es lo que me ena­mo­ra de este lugar”, dice. Una que­bra­da desér­ti­ca, en don­de un río raquí­ti­co ser­pen­tea con pau­sa el pai­sa­je mon­ta­ño­so sal­pi­ca­do de car­do­nes, unos cac­tus enor­mes que en la dis­tan­cia podrían con­fun­dir­se con gigan­tes. Allí, y cin­ce­la­do por el sol en la atmós­fe­ra eté­rea, el Mal­bec resul­ta bru­to y des­qui­cia­do. Domar­lo esti­lís­ti­ca­men­te sin que­dar sobre­ma­du­ro está lejos aún. Seja­no­vich tam­bién plan­ta ban­de­ra en la que­bra­da. “Es una zona hela­da, Win­kler I como la Cham­pag­ne, pero en el Tró­pi­co”, apun­ta. Para dar cuen­ta de ellos, revi­sar Cora­zón Valien­te y Cie­lo Arriba.

De estas lati­tu­des bajas Colo­mé es quien lle­va la voz can­tan­te, aun­que en otros valles. Altu­ra Máxi­ma es un Mal­bec cul­ti­va­do a 3.100 metros que hace pun­ta esti­lís­ti­ca y  mar­ca el rum­bo. “Plan­ta­do en 2004, hoy el viñe­do está lle­gan­do al equi­li­brio –dice Thi­baut Del­mot­te, enó­lo­go de la casa– pero nos cos­tó mucho enten­der­lo y mane­jar­lo”. El pun­ta­je da bue­na cuen­ta del esfuer­zo rea­li­za­do, para un tin­to que con­si­gue la fuer­za solar de la altu­ra y la aci­dez jugo­sa de los lími­tes fríos, adel­ga­zán­do­le el paso.

En con­tra­po­si­ción, el enó­lo­go de for­ma­ción bor­de­le­sa Hans Vin­ding Diers tra­ba­ja en Pata­go­nia, en el Valle del Río Negro, con viñe­dos de 1932. “En la cose­cha 2018 de Noe­mía se refle­ja todo el tra­ba­jo orgá­ni­co y de jar­di­ne­ría que hici­mos para con­du­cir esta viña a don­de que­ría­mos”, dice. El suyo, un Mal­bec de mati­ces y suti­le­zas, de equi­li­brios deli­ca­dos, es el con­tras­te per­fec­to a los nor­te­ños. Labra­do en los pai­sa­jes este­pa­rios, amplios y soli­ta­rios de la Pata­go­nia, aquí los hori­zon­tes inin­te­rrum­pi­dos le dan energía.

En esca­las más chi­cas, sin embar­go, como la que resul­ta de com­pa­rar algu­nos rin­co­nes de Valle de Uco con otro de Luján de Cuyo (30km de dis­tan­cia), se apre­cian dife­ren­cias nota­bles de terroir. Mar­tín Kai­ser, agró­no­mo de Doña Pau­la, lide­ra un pro­yec­to de inves­ti­ga­ción para tipi­fi­car esas dife­ren­cias gus­ta­ti­vas que ya va por su cuar­to año. “Con sólo obser­var las cli­má­ti­cas que mar­ca la altu­ra, es decir, de zonas más cáli­das a frías, hay cam­bios intere­san­tes: de Mal­bec espe­cia­dos y de fru­ta negra a Mal­bec flo­ra­les y de fru­ta roja”, grafica.

Eso tam­bién es posi­ble detec­tar­lo fue­ra del labo­ra­to­rio, como demues­tran bue­na par­te de los Mal­bec que acom­pa­ñan este repor­te si uno los des­cor­cha con cri­te­rio de ori­gen. Más aún, den­tro de un valle como Uco, la dis­tan­cia gus­ta­ti­va entre Gual­ta­llary (con altu­ras de 1.200 a 1.650 metros) y Para­je Alta­mi­ra (1.200) se evi­den­cia de for­ma nota­ble. Mien­tras que la altu­ra mar­ca la terra­za cli­má­ti­ca, la cer­ca­nía a las mon­ta­ñas da el per­fil de sue­los, res­pon­sa­ble de bue­na par­te de las dife­ren­cias de estruc­tu­ra entre esos Mal­bec. Daniel Pi, enó­lo­go de Bem­berg Esta­te Wines, lo sin­te­ti­za al des­cri­bir­los como “Mal­bec de fon­do de valle y de ladera”.

Así las cosas, el famo­so Mal­bec Men­do­za, que nace de unir viñe­dos en dis­tin­tos pun­tos de la pro­vin­cia, por lo que ofre­ce com­ple­ji­dad y pala­dar amplio y car­no­so, hoy encuen­tra en la copa bue­na com­pe­ten­cia con otros mati­ces de estruc­tu­ra y tex­tu­ra. Como dice Alber­to Ari­zu, CEO de Lui­gi Bos­ca y expre­si­den­te de Wines of Argen­ti­na: “Des­pués del Mal­bec, Argen­ti­na tie­ne más Mal­bec para ofre­cer.” Los aman­tes de la varie­dad encon­tra­rán diver­ti­men­to asegurado.

En 2009 Casa de Uco plan­tó sus viñe­dos en el cora­zón de Los Cha­ca­yes, Valle de Uco, a 1250 metros sobre el nivel del mar. Al fon­do y azo­ta­do por el vien­to blan­co, el pico más alto de la Cor­di­lle­ra Fron­tal: El Pla­ta (6.000m).

Par­ce­la y reinarás

Uno de los movi­mien­tos más intere­san­tes que atra­vie­sa esta últi­ma déca­da en Argen­ti­na es la inves­ti­ga­ción para con­se­guir ais­lar sabo­res en la viña. La expre­sión direc­ta de este fenó­meno es un cre­cien­te núme­ro de vinos de par­ce­la, algu­nos de ellos en la cum­bre de este repor­te, como Adrian­na Vine­yard Mun­dus Bais­lus Terrae y Pie­dra Infi­ni­ta Supercal.

Lo impor­tan­te es enten­der el camino. Mien­tras que Cate­na Zapa­ta y Zuc­car­di explo­ran al máxi­mo los lími­tes de sus viñe­dos, mar­can un sen­de­ro que otras casas empren­den. Bien demos­tra­ti­vo es el tra­ba­jo de la línea Bem­berg Esta­te Wines La Yes­ca, Terra­zas Par­cel N°2W Los Cas­ta­ños y Duri­gut­ti Pro­yec­to Las Com­puer­tas, como así tam­bién los nue­vos vinos de viñe­dos y par­ce­las de Salen­tein. Por sobre ellos, des­ta­ca Pyros Limes­to­ne Hill Mal­bec, el pri­mer tin­to en su espe­cie pro­ve­nien­te de una inves­ti­ga­ción de sue­los lle­va­da a cabo por los espe­cia­lis­tas fran­ce­ses Lydia y Clau­de Bour­guig­non en el Valle de Peder­nal, San Juan.

Lejos de ser un caso ais­la­do, cada vez más bode­gas inves­ti­gan a fon­do sus viñe­dos para ais­lar la par­ce­la de oro. Sea que con­tie­nen depó­si­tos de car­bo­na­tos de cal­cio, arci­llas o pie­dras en su jus­ta medi­da, la seg­men­ta­ción de sue­los se tra­du­ce hoy en eti­que­tas de vino.

Caber­net Sau­vig­non recién cose­cha­do del viñe­do La Jacin­ta, en Per­driel, Luján de Cuyo, per­te­ne­cien­te a Bode­ga Lagar­de. La foto fue toma­da el 24 de mar­zo de 2019.

Los peque­ños productores

Como suce­de en algu­nos paí­ses fue­ra de Euro­pa, el entre­pre­neu­ris­mo es un cons­tan­te en estas lati­tu­des aus­tra­les. Un poco por el espí­ri­tu inquie­to que tene­mos los argen­ti­nos y otro poco por­que es la mane­ra en la que se apren­de a sobre­vi­vir a un país que da vuel­tas de cam­pa­na y obli­ga a rein­ven­tar­se en el lap­so de vein­te años.

Don­de más se nota este espí­ri­tu inquie­to es en una movi­da de peque­ños pro­duc­to­res con ganas de inven­tar. Si se pudie­ra medir la salu­bri­dad eno­ló­gi­ca de un país para apor­tar sabo­res dife­ren­cia­do­res, sin dudas los peque­ños pro­duc­to­res debe­rían ser una varia­ble cen­tral. Así, un reco­rri­do por las gón­do­las da cuen­ta de pro­yec­tos peque­ños que se hacen su lugar en el mer­ca­do domés­ti­co aun­que pocos alcan­zan la exportación.

Sin ir más lejos, para este repor­te pro­bé el tra­ba­jo de unos 30 pro­duc­to­res que van des­de ela­bo­rar un puña­do a unas miles de bote­llas por año. En algu­nos casos, como suce­de con Alma Geme­la, Rela­tor, Somos Berra­cos, Bira, Cara Sur, Sunal Wines y Amar y Vivir, los vinos mere­cen seria aten­ción. Cru­zan varie­da­des atí­pi­cas –des­de Monas­trel a Crio­lla o San­gio­ve­se– con regio­nes extre­mas –des­de luga­res tan ais­la­dos como la que­bra­da de San Lucas en Sal­ta a viñas vie­jas y olvi­da­das en Tupun­ga­to, Valle de Uco–, para apor­tar algu­nos de los sabo­res más inno­va­do­res. En cual­quier caso, si alguien bus­ca vinos des­co­no­ci­dos, en esta can­te­ra los encontrará.

Pio­ne­ra en Argen­ti­na en el uso de los roll fer­men­tors que se apre­cian en la foto, Ruti­ni Wines es una bode­ga alta­men­te tec­ni­fi­ca­da del Valle de Uco, con­du­ci­da en lo eno­ló­gi­co por Mariano di Pao­la, con 40 ven­di­mias a cuestas.

Tres tin­tas para mirar de cerca

Hay otros movi­mien­tos intere­san­tes para seguir. En Una Argen­ti­na de Vinos Blan­cos dimos bue­na cuen­ta de par­te de ellos, mien­tras que en Una revo­lu­ción de lugar: Argen­ti­na cla­si­fi­ca sus terri­to­rios con­ta­mos en deta­lle el pro­ce­so de par­ce­li­za­ción. Sin embar­go, con­vie­ne seguir­le los pasos a tres varie­da­des que darán mucho que hablar en el mediano plazo.

Uno es los avan­ces en Pinot Noir. Para este repor­te pro­bé 35 de ellos. Sin embar­go, con­tra­rio a lo que me suce­día en otros años, empie­za a haber un domi­nio dis­tin­to. “Lle­va­mos quin­ce años estu­dian­do la varie­dad y los terroirs espe­cí­fi­cos”, dice Lau­ra Cate­na sobre su nove­do­sa línea Domai­ne Nico que va hoy por su segun­da cose­cha. Apren­der el mane­jo de la varie­dad y su ela­bo­ra­ción en un cli­ma tan dis­tin­to a la Bor­go­ña como es Men­do­za, es todo un desa­fío. Con ellos, otros lin­dos Pinot ofre­cen Estan­cia Uspa­lla­ta, en ple­na cor­di­lle­ra men­do­ci­na, y Otro­nia, ya en el cora­zón de Chu­but. Entre ellos se jue­ga bue­na par­te de la ele­gan­cia y la com­ple­ji­dad que da la varie­dad, con per­fil fru­ta­do y terro­so, de aci­dez vibrante.

El otro pun­to fuer­te es lo que suce­de con Caber­net Sau­vig­non. Par­ti­cu­lar­men­te en los extre­mos que repre­sen­tan el Valle Cal­cha­quí y algu­nos terru­ños de Men­do­za. El tra­ba­jo que rea­li­za Ale­jan­dro Pepa en El Este­co ha lle­va­do al varie­tal a un esca­lón supe­rior. “Domi­nar el sol, podan­do bien los parra­les, nos per­mi­te regu­lar fina­men­te los her­ba­les sin irnos a sabo­res que­ma­dos o pasas. Así como cose­char en el pun­to jus­to, que en el valle no es cosa fácil”, dice Pepa des­de Cafa­ya­te. A él se suma Matías Etchart con su Caber­net de autor para poner la vara alta en el norte.

En con­tra­po­si­ción, en los terroir clá­si­cos de Men­do­za y para las cose­chas 2017 y 2018, hay ejem­pla­res exqui­si­tos. Lejos de los tin­tos sobre­ma­du­ros de otras déca­das, la pure­za de la fru­ta y el tra­ba­jo fino de crian­za alcan­zan pun­tos sofis­ti­ca­dos con Bra­ma­re Luján de Cuyo y Pas­cual Toso Alta, mien­tras que en el Valle de Uco des­ta­can Tra­pi­che Terroir Series Labor­de, Ambro­sía Viña Úni­ca y Lagar­de Pri­me­ras Viñas para el carác­ter mon­ta­ñés. Como le gus­ta decir a Paul Hobbs, obse­sio­na­do con la varie­dad: “Siem­pre fal­ta un poco, pero con el mane­jo  y la pre­ci­sión ade­cua­dos, Argen­ti­na pue­de hacer un Caber­net de cla­se mun­dial”. Estos años algu­nos se acer­can mucho.

El ter­cer varie­tal es en rigor una de las gran­des pro­me­sas, aun­que de esca­so volu­men aún: Caber­net Franc en el país hay 1.146 hec­tá­reas y, sin embar­go, a juz­gar por la defi­ni­ción y la inten­si­dad que alcan­zan algu­nos ejem­pla­res –en este tas­ting y a lo lar­go de los años– mere­cen seguir­les los pasos. Hay dos ver­tien­tes gus­ta­ti­vas cla­ras. Por un lado, los que vie­nen del Valle de Uco, jugo­sos y de fres­cu­ra; por otro, los que pro­vie­nen de Agre­lo, con pala­dar poten­te y car­no­so. El Gran Enemi­go Los Cha­ca­yes para el pri­me­ro, Pulen­ta XI Esta­te para el segundo.

Bem­berg Esta­te Wines inau­gu­ró su bode­ga con la ven­di­mia 2020. Divi­di­da en dos alas en torno a un cen­tro cir­cu­lar, en la foto se apre­cia el ala de fermentación.

Los lími­tes del mapa

A con­tar de 2008 empe­za­ron las plan­ta­cio­nes de algu­nas regio­nes oceá­ni­cas. En par­ti­cu­lar la zona de Cha­pad­ma­lal, al filo de la ciu­dad bal­nea­ria de Mar del Pla­ta. Allí Tra­pi­che vie­ne desa­rro­llan­do unas 33 hec­tá­reas de viña cuyos vinos, has­ta este año, solo se comer­cia­li­za­ban en Argentina.

Pero no son los úni­cos. Otro pro­yec­to lla­ma­do Insó­li­to explo­ra la mis­ma ver­tien­te en las sie­rras gra­ní­ti­cas de Bal­car­ce. En ambos casos, Char­don­nay y Alba­ri­ño des­ta­can. A ellos se suman dos viñe­dos pata­gó­ni­cos en la cos­ta, de los que Wapi­sa es el úni­co productivo.

Con todo, la Pata­go­nia pro­fun­da y las sie­rras de Cór­do­ba en el cora­zón de la Argen­ti­na se ofre­cen como pun­tos que emer­ge­rán en los años veni­de­ros. Ambos sitios pro­po­nen viñe­dos en pai­sa­jes nue­vos cuyos vinos ven­go siguien­do de cer­ca. Inclu­so, para el cie­rre de este repor­te nos lle­ga­ron noti­cias de las pri­me­ras viñas plan­ta­das en San­ta Cruz, la últi­ma pro­vin­cia con­ti­nen­tal pata­gó­ni­ca, tan al sur como en el para­le­lo 47°34’, en la zona limí­tro­fe entre la este­pa y los glaciares.

Estas últi­mas dos déca­das fue­ron de ple­na trans­for­ma­ción para el vino argen­tino. Y si un bebe­dor vol­vie­se al cabo de vein­te años a visi­tar este país, sufri­ría una rara alu­ci­na­ción: todo le pare­ce­ría extra­ña­men­te igual, aun­que le bas­ta­ría una copa de vino para saber que algo ha cam­bia­do. Con­tra­di­cien­do la sabi­du­ría esta­ble­ci­da por Gar­del y Le Pera en el famo­so tan­go Vol­ver, don­de afir­man que “vein­te años no es nada”, el vino se esca­pa del tiem­po reite­ra­do y  fijo para poner su “febril mira­da” en el futuro.

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